Las
imbricadas calles coloniales de la vieja Habana ofrecen al caminante
el encuentro inesperado con las intimas realidades cubanas.
Los
niños
juegan con desgastadas pelotas de beisbol, ex-combatientes hablan de
sus historias revolucianarias en frente a un ron blanco en la barra
de un pequeño
bar de la esquina y los mesoneros bromean acerca de las dificultades
de la isla.
Estamos
en la semana del receso escolar y los niños
aprovechan para dormitar en la puertas de sus casas y ver los dibujos
en una televisión
que por el dia retransmite solo dos caneles. Otros, acompañados
por los padres, esperan en un viejo gimnasio, frente a la iglesia de
la Virgen de las Mercedes; que comience el tan anhelado encuentro de
boxeo.
Llevan
meses preparándose
y finalmente ha llegado el día
para lucirse.
Los
entrenadores se reúnen
con los jueces para decidir el orden de los encuentros.
Suena
el gong de inicio, y los pequeños
boxeadores se posicionan en el ring uno en frente al otro erigiéndose
sobre las puntas de los pies.
Los
movimientos son rápidos
y calculados, los gritos llegan desde el público
para animarlos. Los golpes son certeros y llevan a la victoria a solo
uno de los púgiles
enfrentados. El juez apreta las manos de los deportistas y con
seguridad levanta el brazo del ganador.
El
boxeo, que en Cuba es deporte nacional, no solo enseña
a practicar un ejercicio sino también
fomenta un respeto hacia el adversario por eso, al final de cada
encuentro, los niños
se estrechan las manos amistosamente.
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